Como
en otras ocasiones parecidas, fue una fiesta del sonido que tuvo lugar en la
iglesia parroquial de nuestra ciudad con presencia de un numeroso auditorio el
29 de Noviembre pasado.
Una
vez más esta experiencia de música clásica ejecutada directamente en el espacio
que uno ocupa, conmueve y hace pensar.
Por
una parte es la extrañeza ante una realidad que es pura vibración de aire, pero
que logra hacer vibrar no sólo el propio oído sino el alma.
A
la vez es admiración ante aquellos que arrancan el sonido de sus instrumentos
con una música que es melodía, ritmo, armonía, conjunto. También ante esos
compositores que encontraron en su imaginación y en su espíritu, tan notables
construcciones de belleza.
Asombro
ante el Creador divino que hizo brotar la realidad para que tomara formas de
belleza no sólo en el canto del río, del ave y del viento. También para inspirar
a los humanos otra creación inédita y decir así lo que las palabras no pueden
expresar.
Porque
eso es por último la música, un decir sin decir. Un decir que no puede ser
traducido sino con otra música o con el silencio.
Es
el alma que canta para expresar lo que anhela nuestro espíritu y a la vez el
Espíritu de Dios. Como dice San Pablo: “El Espíritu pide por nosotros con
gemidos inefables, y Aquel que penetra los secretos más íntimos, entiende esas
aspiraciones del Espíritu” (Romanos 8, 26-27).
No hay comentarios:
Publicar un comentario