Dios no puede ser un adorno en nuestra vida: alguien a quien nos dirigimos de cuando en cuando, sobre todo cuando estamos necesitados, para pedirle favores.
La realidad de Dios es más grande que eso.
No es un ser humano con un poder mayor, ni alguien que está instalado más allá de las nubes para dirigir el mundo como un artista maneja sus marionetas.
Dios es el Misterio insondable de la Vida. Nos envuelve y nos impregna, está en la raíz de nuestra existencia.
A través de Jesús sabemos que es un Padre, que nos ha criado, nos ha amado y nos ha perdonado.
Más que hablar mucho de Él y más que pedirle favores, nos corresponde primeramente adorarlo con asombro y emoción. Luego darle gracias y cantar su grandeza.
Pero también alguna vez suplicarle porque somos frágiles y vivimos amenazados por la adversidad, la enfermedad o la muerte.
Los filósofos han hablado de Él pero más sabemos por lo que nos ha revelado su hijo Jesús. Por eso conviene recorrer muchas veces las páginas del Evangelio para asomarnos con alegría y confianza a esa realidad Inmensa y Cercana que es Dios, nuestro Padre. De Él dice la Biblia que es más grande que nuestro corazón.
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