Hay personas que se admiran porque juntamos a Jesús con los pobres. Así se criticaba al P.Hurtado que decía entre muchas otras cosas “El pobre es Cristo”.
Tal vez esas personas no se han puesto a pensar que Jesús no nació en un palacio, tampoco en una casa normal. Nació simplemente en un lugar donde comía el ganado. Ni le han escuchado decir que él no tenía dónde reclinar su cabeza. O bien no han prestado atención a palabras suyas como “El Señor me ha enviado a traer buenas noticias a los pobres” y también “felices los pobres”.
Es que nos hemos acostumbrado a vivir en una Sociedad “cristiana” que considera al pobre como alguien inferior, alguien que vive en segundo plano.
Éste es uno de los aspectos sorprendentes de lo ocurrido en Belén.
Más nos asombra el hecho de que así haya transcurrido toda la Obra Salvadora. La predicación de Jesús, su pueblo, sus parientes, sus amigos, su condena a muerte y su misma muerte en el patíbulo, todo ha sido en un contexto de pobreza.
Por eso miramos con respeto a los más pequeños e insignificantes de la Sociedad, y sentimos que ese niño en el que se hizo carne el Verbo de Dios, por su sola presencia, cuestiona los grandes poderes de este mundo
Él, silencioso y sonriente en su cuna de paja, nos cuestiona a todos.
Su vida desde el comienzo es palabra y llamado que nos pone a todos a la entrada del pesebre.
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