Los hechos que hemos visto en el país en estos días nos preocupan y nos duelen, pero no pueden extrañarnos. Representan la reacción de un pueblo que mira las ganancias y el buen tren de vida de una parte de la población, mientras él lleva una vida dura con pocas oportunidades para trabajar, para educarse, para tener acceso oportuno al cuidado de la salud y con remuneraciones muy bajas para sus necesidades básicas.
En ese sentido la inspiración de fondo de estos movimientos, tanto el de los estudiantes como el de los trabajadores, es legítima. Coincide con varios llamados de la Iglesia para que haya más justicia en nuestro país, como el de Monseñor Goic sobre el salario ético y la advertencia de los Obispos sobre las escandalosas desigualdades que se dan en Chile, poniéndolo como uno de los países con menor equidad del mundo.
Es de esperar que impere la cordura de gobernantes y opositores para encontrar caminos de justicia que no pasen por la violencia que va destruyéndolo todo, empezando por los bienes materiales , continuando con las vidas humanas y terminando con la desconfianza mutua entre grupos y el deterioro de la convivencia nacional.
A veces la violencia puede llegar a ser una tentación que apasiona y embriaga, dando a sus actores la impresión de ejercer una acción redentora y purificadora. Pero la verdad es que enciende siempre nuevos odios produciendo una espiral interminable de violencia.
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