El enorme pesar que ha surgido en todo el país por el accidente aéreo no tiene precedentes. Ha llegado hasta el último confín, hasta el último pueblo y a cada corazón. Parte de la explicación de este hecho está en el carácter mediático de muchas de estas personas. Eran rostros conocidos que acompañaron a muchos hogares. Algunos de ellos entraron a sus casas cada mañana formando parte de la familia y del programa del día. Pero hay otra razón. Entre tanta noticia acerca de delitos letales, de corrupción y de pobreza, la figura de estos caídos en el combate de la solidaridad aparece como la de personas, admirables por su entrega y el aporte de sus bienes para solucionar problemas muy grandes de algunas comunidades empobrecidas por las calamidades. Se les mira como personas casi celestiales porque abandonan este mundo precisamente cuando van a hacer un servicio a otros. Son como mensajeros de un anuncio de bien, de paz y de fraternidad. Todos deseamos que el país reciba esta lección con mucha seriedad y hondura procurando dar pasos hacia la unidad y la donación de todos a sus hermanos. Y también deseamos no abandonar esta vida sin haber dejado una huella positiva de hermandad en nuestro entorno. Sería la mejor herencia y el mejor recuerdo.
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